Desde hace décadas los movimientos de mujeres y feministas han luchado por la visibilización y reconocimiento de los trabajos domésticos y de cuidados como eso: trabajo no pago. Con la necesidad de lidiar con el cotidiano, son muchísimas las agrupaciones, vecindades, articulaciones y colectivos que hoy derrumban los barrotes del individualismo para organizarse en torno a una premisa básica: cuidar-nos para vivir.
De acuerdo a la última entrega del boletín “Género y Mercado Laboral en Chile” del Instituto Nacional de Estadísticas (mayo 2023), son 1.338.800 las mujeres que no participan del mercado del trabajo asalariado por “razones familiares permanentes”, es decir, por motivos asociados a tareas domésticas y -principalmente- de cuidados. Parte fundamental de esa demoledora cifra corresponde a mujeres a cargo de personas con dependencia.
Lo que inició en 2017 con una convocatoria a través de redes sociales es hoy una de las agrupaciones señeras en visibilizar esta labor y demandar una política pública que garantice el derecho al cuidado. La Asociación Yo Cuido nació en 2018 tras el llamado de Mariela Serey a otras mujeres cuidadoras en la comuna de Villa Alemana. Hoy tienen presencia a lo largo del país y son una de las principales impulsoras del reconocimiento de los trabajos de cuidados en Chile.
Victoria Orellana, integrante de la agrupación, explica la transformación que supuso romper el encierro doméstico y encontrarse. “Históricamente hemos cumplido un rol totalmente invisibilizado, encerrado en las casas, hasta que empezamos a vincularnos, compartir experiencias y darnos cuenta de que el cuidado de una persona con discapacidad severa te demanda tanto tiempo que es imposible hacer otra cosa en tu vida. Entonces empieza a salir este tema: no tenemos derecho a vivir”.
Una demanda feminista
Tras este momento inicial de encuentro entre cuidadoras se produjo un primer cruce fundamental. “Al darnos cuenta de esta realidad, que casualmente somos puras mujeres fuimos encontrando eco en el discurso de organizaciones feministas y comenzamos a notar que esto no era algo que nos pasaba a nosotras, era algo bastante estructural. Ahí empezamos a sentir que lo nuestro sí era una demanda feminista”, relata Victoria.
Entonces, comenzó la demanda hacia el Estado por el reconocimiento de derechos fundamentales: de las personas de cuidado a acceder a la salud y el de las propias cuidadoras a una vida digna. “Vimos que nuestra lucha iba mucho más allá de encontrarnos, de acompañarnos, sino que era el Estado quien tenía que darnos respuestas. Lo mínimo es que le de acceso a la salud a las personas que cuidamos, pero no sólo eso: a nosotras también”, explica.
Son tres palabras -dice Victoria- las que resumen esta lucha: corresponsabilidad social y estatal. “Necesitamos un cambio cultural, donde no se asuma que la mujer por ser mujer tenga hacerse cargo. La corresponsabilidad social implica necesariamente un cambio cultural. Y cuando hablamos de corresponsabilidad estatal es porque efectivamente es el Estado como garante de derechos quien debe garantizarnos una vida digna”, reitera con firmeza.
Cuidar para romper el miedo
Mientras se desarrolla el pedregoso -y no siempre fructífero- camino de la demanda hacia el Estado, las organizaciones de mujeres se las arreglan para sobrevivir. Para ello se agrupan, comparten sus experiencias y toman acción en base a dos principios fundamentales: lo colectivo y la sostenibilidad de la vida en el centro.
Un caso de aquello es la Fundación Selenna, una comunidad organizada en torno a la protección de niños, niñas y jóvenes trans, conformada fundamentalmente por mujeres. Madres que con un problema en común se organizaron con la intención de aprender para cuidar.
“Hace ocho o nueve años atrás era un tabú. Cuando uno pensaba en transexualidad se imaginaba marginalidad, trabajo sexual, drogadicción. Era un tema muy desconocido”. La voz al otro lado del teléfono pertenece a Ximena Maturana, integrante de la Fundación. “Yo personalmente decidí tratar de aprender mucho para saber si efectivamente podía acompañar a mi hija de una mejor manera, porque desde el desconocimiento no iba a poder apoyar mucho”, explica con desbordante amor.
Cuando conoció la organización su hija tenía 11 años e iniciaba un proceso de transición. “Necesitaba apoyar a este proceso y no tenía las herramientas, no tenía el conocimiento, no sabía qué pasó a seguir y eran cosas tan básicas como ¿le dejo crecer el pelo?, ¿le pongo aros? Son cosas que una no sabe, porque no sabes cómo tu entorno va a reaccionar, sobre todo cuando se trata de una niña”, narra.
Su primer vínculo con la Fundación fue desde la contención, no sólo por el bien de su hija, sino sobre todo por ella misma. “Éramos un grupo de mamás que se juntaban a tratar de explicarse qué estaba sucediendo en sus vidas. Necesitábamos un apoyo mutuo, que alguien nos dijera que todo iba a estar bien. Así empezamos a hacernos cargo de cosas necesarias”, reflexiona Ximena.
Al cabo de un año decidió sacar a su hija del colegio y fue de las impulsoras de una iniciativa pionera en América Latina: la Escuela Amaranta Gómez, la primera para personas trans en toda la región.
Hoy su hija tiene 20 años y el aprendizaje ha sido inmenso. “Hemos vivido un proceso de cuidado primero, desde el miedo. Yo tuve mucho miedo durante muchos años, que no significa que hoy día no lo tenga, pero comprendí hace un tiempo atrás que el miedo no me puede paralizar, necesito seguir organizada para que ella pueda vivir libremente y realizar sus sueños”, cierra Ximena.
Otras formas de entender los cuidados
Javiera Moreno, Vicepresidenta de la Asociación Nacional de Jugadoras de Fútbol Femenino (ANJUFF) explica que las tareas de cuidado son un ejercicio amplio y transversal, que deriva en una demanda hacia el Estado y, al mismo tiempo, en la implementación de estrategias colectivas.
“Desde nuestros inicios el primer trabajo ha sido la profesionalización y en ese tránsito se ve toda una industria y carrera precarizada y bastante discriminada. El trabajo que hemos forjado en las obligaciones de los clubes de otorgar condiciones, también lo visualizamos como una estrategia de cuidado hacia las jugadoras, de reivindicación de sus derechos y de lo que hacen cada día. Eso tiene que ser reconocido”, explica.
Sin embargo, este camino va más allá de un contrato de trabajo, explica, se trata de un apoyo integral que como futbolistas organizadas proveen: seguro médico, apoyo en la tramitación de denuncias, estrategias de acompañamiento, promoción de la actividad, son parte de las labores que ANJUFF desarrolla. Lo que para la Asociación constituye una dimensión del cuidado colectivo.
El derecho a los cuidados
Fue el lunes 6 de noviembre de 2023 cuando el gobierno anunció las bases para un Sistema Nacional e Integral de Cuidados: “Chile Cuida”, un programa de servicios alojados en el Ministerio de Desarrollo Social y articulado con el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género.
Esta primera etapa consideró un aumento en un 25% del presupuesto para fortalecer el Servicio Nacional del Adulto Mayor (SENAMA), el Servicio Nacional de la Discapacidad (SENADIS) y la Red Local de Apoyos y Cuidados. Además, se comprometió la implementación de 40 nuevos Centros Comunitarios de Cuidados. Sin embargo, el proyecto de ley que regule el ámbito aún no es presentado por el Ejecutivo.
Al respecto, Paloma Olivares, integrante de “Yo Cuido” explica que hay altas expectativas por parte de la organización. “Sabemos que esto es un camino largo, que una política pública de alta complejidad que significa no solamente un cambio en el presupuesto nacional, sino también una forma de relacionarnos en nuestra sociedad, entendiendo que los cuidados tienen que estar en el centro y que son una de las actividades económicas que más aporta al crecimiento del país”, señala.
Paloma también enfatiza en que el cambio social que implica consagrar el derecho al cuidado es un proceso de largo aliento. Eso sí -advierte- hay pisos mínimos de cara al Estado: el reconocimiento de los cuidados como un trabajo, la orientación hacia principios de Derechos Humanos y universalidad. “Nuestro mayor temor es que esto se enfoque sólo en la maternidad y primera infancia, dejando de lado cuidados de alta complejidad y larga duración. Creemos que ahí se debe enfocar mucho esfuerzo”, explica.
Desde el Comité Sindical de la Coordinadora Feminista 8M, Camila Fuentevilla señala que una premisa fundamental para la elaboración de una política pública es la participación. “No se puede hablar de un Sistema Nacional de Cuidados sin participación de las cuidadoras, que es algo que hasta el momento se ha concretado de una manera muy pobre”, explica.
Sin embargo, las tareas de cuidados no se circunscriben sólo a una demanda estatal. Para Camila, constituyen un elemento fundamental dentro de cualquier práctica política. “No existe el activismo sin cuidados. De lo contrario alguien está haciendo ese trabajo de manera invisibilizada, no reconocida, no valorada, ni retribuida”, concluyó.