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Walleria Suri, tendiendo puentes entre el camino trans y la discapacidad visual
7 Septiembre, 2022
Notas
Walleria Suri

Eran las 4 de la tarde del 7 de septiembre cuando Walleria Suri se abrió paso en un salón de eventos en Santiago. Mujer trans, con discapacidad visual, activista de derechos humanos, brasileña, consultora y estudiante de Derecho. Se sentó entre una veintena de activistas trans, lesbianas y feministas y abrió un diálogo que permitió problematizar el cruce entre el activismo trans, de la discapacidad y la incidencia política. 

Todo comenzó con una ronda de presentaciones. Walleria le pidió a las asistentes que además de su nombre y organización, dijeran cómo eran, cómo se vestían. De inmediato emanó la diversidad: personas del campo y la ciudad, jóvenes y mayores, gordas y delgadas, pelos de diversos colores, muchas mujeres, muchas trans, también lesbianas y bisexuales y ropas en toda la gama del arcoíris. Voces suaves, voces roncas, chilenas, migrantes, abogadas, trabajadoras sexuales, fotógrafas: activistas todxs. 

En esa multiplicidad, Walleria habló sobre su historia que es también un poco la historia reciente de Brasil. Habló sobre su infancia y sobre cómo a la edad de 16 años, una retinitis pigmentosa le provocó la pérdida de la visión. Dijo que siempre supo que era trans y que cuando quedó ciega, no dejaba de preguntarse cómo iba a vivir haciendo frente a dos realidades que producen exclusión. 

Uniendo dos realidades

Antes de comenzar su proceso de transición física, Walleria dio sus primeros pasos en su expresión de género. La primera vez que salió a la calle vestida totalmente de mujer, caminó por su barrio con su bastón de apoyo. «Las personas en la calle, las que son prejuiciosas, murmuraban perplejas, como preguntándose: ´¿Qué hago? ¿Golpeo al gay? o ¿Protejo a la ciega?´”.

«Las personas discapacitadas son vistas como personas sin género y sin sexualidad. Por eso cuando una persona discapacitada se presenta con una identidad trans, eso confunde mucho a la sociedad. Porque al mismo tiempo que eres vista como muy inocente, sin malicia por ser discapacitada,  y por otra parte las personas trans somos hipersexualizadas, como personas que piensan sólo en el sexo. Es difícil conciliar estas dos cosas. Por ejemplo, cuando entras a una aplicación de citas al principio todo va bien, todo muy normal y educado. Pero cuando digo que soy una mujer trans, ahí cambia todo y de inmediato se transforma en algo del tipo ¨¿Cuál posición sexual goza?´o ´Mi miembro es muy grande´. Ese tipo de cosas. Por otro lado, si estoy en un bar conversando y viene un hombre a hablar conmigo, me dice ´Hola, usted es bonita´. Y ve mi bastón y se disculpa diciendo que no sabía que yo era discapacitada. La diferencia es que por un lado, todos creen que somos hipersexualizadas, por otro lado, piensan que unos es como toda inmaculada inocente. Es difícil equilibrar todo eso. Son como dos universos”, explica Walleria.

Siguiendo con la misma línea, Walleria explicó cómo experimentar en su cuerpo ambas realidades le ha hecho ver los prejuicios que hay contra cada comunidad y también al interior de éstas. “Lo que una termina haciendo es intentar unir esas dos comunidades. Porque es cierto que son muy diferentes, pero muy parecidas: son grupos muy excluidos, sin acceso a trabajo, sin mucha educación ni salud por la exclusión social. Y no pueden excluirse mutuamente. La discusión es la misma: el problema es la exclusión de lo diferente».

 

Fondo Alquimia

 

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Silicona industrial

Años antes de estas reflexiones, Walleria Suri comenzó su proceso de transición en el sistema de salud pública de Brasil, que cuenta con un servicio gratuito y de acceso universal para casos como el suyo. “Una entra, se hace una evaluación por un psicólogo, después de un año y si todo va bien, te autoriza a tomar hormonas. Ahí una va al endocrinólogo y se sigue con un psicólogo hasta cumplir dos años. Si tras un año con hormonas, todo va bien, te autorizan a hacerte cirugías: de mamas, garganta y genital. Son todas gratuítas en el marco de este servicio público», explicó Walleria sin dejar de apuntar que la espera para acceder a este servicio puede llegar hasta 15 años en algunos casos.

En Brasil este programa está vigente desde 2008 y se creó gracias a les compañeres trans que exigieron equiparar los derechos de todas las las personas, tal como establece la constitución brasilera, que señala que todos son iguales en derecho, sin discriminación. Sumado a esto, a comienzos de los años 2000’ comenzaron a verse muchas cirugías hechas en clínicas clandestinas y casos de violencia y negligencia médica que necesitaban ser tratadas por el sistema de salud. “Ahí se entendió que el costo de tratar las consecuencias de estos procedimientos irregulares era mucho más alto. Es más una cosa del orden económico, es menor el costo de hacer la transición acompañado médicamente, que después que la persona hizo una hormonización inadecuada, usó silicona industrial y después tienes que tratar esos problemas, esas consecuencias”, relata Waleria.

Esta reflexión sobre el transitar en el marco de la salud pública, puso sobre la mesa los problemas de salud a los que se enfrentan actualmente les compañeres, como la hormonización sin acompañamiento y particularmente, el uso de silicona industrial.

«De las compañeras trans de Chile, casi todas empezamos nuestros proceso en los años noventa y así, por recomendaciones de amigas y con tratamientos hormonales sin acompañamiento. Hoy en día se ha avanzado en eso, en algunos hospitales se puede acceder, pero son pocos y también con una gran lista de espera”, señala una compañera trans.

“Además, el problema es que no hay muchos médicos especializados en eso. Y el problema de la silicona industrial es que la adherencia al cuerpo es muy profunda. Muchas veces las personas llegan en un estado avanzado y no consiguen ser ayudadas, porque no hay interés, no somos una población respetada”, opina otra. “Como no hay mucha especialización acá, muchas compañeras con lesiones graves por la silicona terminan teniendo que prestarse para ser conejillos de indias”, agrega.

“Hace poquito tuvimos un bingo, apoyando a una compañera, que tenía un forado más o menos así… estuvo mal. Yo no la vi ese día, pero he visto esas fotos, antes del tratamiento, yo no sé cómo se habrá sanado completamente, pero le había bajado, está mejor,. En el hospital de la Universidad de Chile le hicieron un tratamiento y se fue para su casa con una máquina que la ayudaba a limpiar y como a regenerar esa parte del popín, del poto que le decimos aquí en Chile. Pero eso tiene un alto costo, demasiado alto para una persona trans que además no puede trabajar y que es más o menos mayor. Gracias a las compañeras, a la comunidad, se le pudo hacer un dinero, que no fue el total, pero ella pudo pagar su maquinita”, cuenta una mujer trans trabajadora sexual.

«Acá no tenemos una normativa explícita para nuestra comunidad. Las pocas cosas que tenemos dependen muchas veces de la voluntad de los profesionales de la salud y no directamente del Estado. No se destinan recursos para poder atendernos. Estamos en una suerte de orfandad respecto al Estado», argumenta una mujer trans abogada.

“El Estado igual es responsable de que la chiquilla se haya puesto silicona industrial, si fue el Estado que sistemáticamente le negaba la existencia a las travestis antiguas”, señala una mujer trans trabajadora sexual.

“Tenemos compañeras que se están muriendo por la silicona, otras que se han muerto”, afirma una. «Es importante que entre nosotras mismas eduquemos a las generaciones que vienen para que esto se termine. Nosotras tenemos que ir cortando el hilo para que en el futuro no haya chicas trans con silicona industrial. Ese problema se va a acabar si nosotras mismas ayudamos a que se acabe. Aunque sea denunciando a las personas que lo hacen. Tenemos que educarnos entre nosotras para que esto no siga», agrega otra.

 

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Violencias estructurales y vivir en constante peligro

Tras completar su proceso de transición a los 34 años, Walleria Suri poco a poco fue conociendo mujeres trans, se fue consolidando en su propia identidad y fue participando hasta convertirse en activista. Hoy es parte de los Consejos Municipales de Política Cultural y de Salud de la ciudad de Presidente Prudente, en Brasil y militante en la organización que lucha por las personas con discapacidad visual, Grupo OLLA. Desde esa experiencia y rodeada de les activistas chilenas. Walleria Suri reflexionó sobre los derechos humanos de las personas trans:

«Nuestra sociedad en muy machista, también con las mujeres cis. Más cuando hay violencia contra las mujeres trans, la policía raramente investiga. No les importa. A la sociedad no le importan las vidas de las mujeres trans. Las denuncias de asesinato no se identifican como crímenes transfóbicos, no se dice nada, el poder público no consigue contabilizar nuestros casos, porque no conocen el tamaño de la violencia que vive nuestra comunidad. Por eso es tan importante el activismo, actuar para no invisibilizar toda esa violencia que sucede. Y ahí hay un compromiso muy grande porque somos nosotras mismas contando nuestras muertas, y sabiendo que después puedo ser yo”.

Cosas como estas han convertido a Brasil en uno de los países más peligrosos del mundo para las personas trans. Hoy por hoy es el país donde más mueren mujeres trans y al mismo tiempo y paradógicamente, es el país que más consume pornografía con mujeres trans.

«Al mismo tiempo que matan quieren también satisfacerse sexualmente. Es como si matar mujeres trans fuera una forma de matar el propio deseo dentro de ellos. Por todas esas razones, la expectativa de vida es de 35 años. Muchas mujeres nunca van a poder alcanzar la cirugía,  si tienen que esperar 15 años y van a vivir apenas -en la media- hasta los 35”, señala Walleria.

“Acá en Chile nosotras también sufrimos ataques. Somos trabajadoras sexuales callejeras y vivimos ataques por los mismos clientes. Como tú bien dices, nos atacan al abordarnos al coche, nos asaltan, nos roban, nos golpean… las que trabajamos en Vespucio o en el centro, estamos a merced de la muerte. Yo digo: las travestis trabajadoras sexuales estamos con un pie dentro del cajón y el otro afuera, porque no sabemos si vamos llegar a casa. Escuchándote siento que es lo mismo en Brasil”, señala una activista trans trabajadora sexual.

«Aquí han habido hartos ataques transodiantes y las chicas han ido a denunciar y los carabineros se ríen, no hacen la denuncia. Luego en la urgencia los médicos y enfermeras no quieren sanar nuestras heridas por ser travestis, por tener un nombre de hombre o por no ser las personas que ellos quieren que seamos en este sistema. Yo tengo silicona industrial en mi cuerpo. Me hice travesti a los 15 años y en los años noventa ese era el método más barato y más rápido para feminizar tu cuerpo. Queríamos tener caderas más femeninas para gustarles a los hombres pero también para trabajar en la calle y sobre todo para que la policía no nos pegue y no nos mate», relata otra.

 

Construyendo Activismo Trans

Faltaba poco para las 6 de la tarde cuando una activista reflexionó: «Lo que Walleria hace es llevar adelante una doble lucha». Todes asienten y comentan lo importante que es unir los distintos ámbitos, como si fueran variables de la misma exclusión. El activismo de Walleria y sus reflexiones, traen a la memoria más casos como el suyo.

«Tenemos una compañera Trans, trabajadora sexual que también perdió la visión. Esa noche estábamos trabajando en Américo Vespucio y llegó un auto que nos atacó a todas. Isidora recibió los impactos de los perdigones en los ojos. Ya no es trabajadora sexual, pero continúa siendo activista. Lo que yo más admiro de ella es eso, que continúa y su fortaleza. Nosotras como travestis estamos en el último eslabón,  en la marginalidad y más encima tener ahora una discapacidad y seguir luchando… para mí eso es un orgullo. Toda mi admiración para Isidora y para Walleria», relata una compañera.

Historias de vida como la de Walleria y la de Isidora problematizan los alcances de las luchas activistas. Abren los horizontes de las identidades y la urgencia de seguir construyendo en conjunto, de conversar como una acción que nos permite acompañarnos y de unir nuestros trabajos con acciones transformadoras del mundo. Extender nuestras voces que corran por los territorios para cambiar la cultura y la vida entera en un compromiso con nuestro futuro.

Ahí las palabras se multiplicaron en agradecimientos y abrazos mutuos y en el calor de las palabras y los gestos se siguió construyendo activismo trans.